sábado, 27 de noviembre de 2010

El protosuicida


Si el fenómeno Paul Antschel resulta patético y asfixiante en cuanto penumbra andante, entumecida y contagiosa, qué decir de Hans Maier, alias Jean Améry y protosuicida universal. Cuando uno empieza con esto del fatalismo yiddish centroeuropeo es difícil desentenderse. Las que pasó esta gente en manos de los escuadrones de ojos azules. Durante el verano pasado cayó en mis manos “Levantar la mano sobre uno mismo. Discurso sobre la muerte voluntaria” del citado Améry. Canto panegírico/elegiaco del suicidio como solución/alternativa elaborado por quien después de franquear trágicos mojones vitales, de esos que se ven en películas y documentales, acaba diciendo hasta aquí he llegado y poniendo fin a sus días. Cuidado con eso. Después de leerlo me agencié una interesantísima biografía del persoeiro: “Jean Améry. Revuelta en la resignación” de Irene Heidelberger. Es alucinante cómo el mismo coctel de peripecias traumáticas, vividas por ejemplo por Jorge Semprún, Primo Levi, Jean Améry o, en menor medida, Paul Celan/Antschel, produce tan diversos, y hasta contrapuestos, efectos en sus distintos padecientes. Desde quien sale pidiendo tres tazas, que esto no fue nada, hasta quien deambula durante el resto de sus días como un muerto en vida. Llegado el momento, estas distintas maneras de encajar y digerir semejantes atrocidades pueden hasta hacerlos chocar.

Tal fue el amargo caso de Levi y Améry, enfrentados tipográficamente por sus respectivos y célebres “Si esto es un hombre” con capítulo incluido para Améry, y “Más allá de la culpa y la expiación”. Pero también de viva voz. Améry: “… no conozco al Levi posterior a Auschwitz, que sin duda será muy distinto a aquel que conocí en el barracón de Monowitz. Sólo hemos intercambiado cartas en una ocasión. Por otra parte el azar ha querido que yo recibiera de una procedencia muy distinta un escrito en el que él se expresaba con total incomprensión sobre mi libro Más allá de la culpa y la expiación y se mostraba dispuesto a ahogarlo todo en una cháchara ontológica. A diferencia de Levi yo no perdono y no siento ninguna comprensión hacia unos señores que pertenecían en el IG-Auschwitz al personal de dirección. Ya basta” Glub, está mosqueado. Ojo con lo que sigue: “la mayor predisposición de Levi a la reconciliación debe fundarse probablemente en el hecho de que es italiano, por lo que la prisión y todo lo que ello conlleva no afectó a todas las capas de su persona, mientras que en mi caso, el trasfondo cultural es alemán. Por decirlo de manera algo grosera y popular: una posada en la que no queremos entrar deja de interesarnos si nos prohíben la entrada; pero cuando se trata de nuestra taberna de toda la vida y el posadero nos echa, no nos distanciamos de la misma forma.” Primo Levi, al que Améry reprocha su disposición a la reconciliación: “Desde hace cuarenta años intento comprender a los alemanes. Comprender cómo pudo llegarse hasta ese punto es uno de los objetivos de mi vida… Perdonar no es una de las palabras que yo acostumbre a usar… Quien comete un crimen ha de pagar, o al menos ha de mostrar un auténtico arrepentimiento. Pero no con palabras. Arrepentirse con palabras no basta. Yo quiero perdonar a aquel que haya demostrado con hechos que se ha convertido en una persona distinta. Y sin tardanza.” Deja un poco de mal cuerpo esto de las controversias entre víctimas de la barbarie. Aunque llega con leer la trilogía de Primo Levi para ver que en la inhumana lucha por la subsistencia en los Lager, la batalla se libra no con el inalcanzable SS, sino con nuestro vecino de hacinamiento, hermano de sangre, también víctima y, por desgracia, rival en la competición por morir el último. Tremendo. A pesar de que su relación se agrió a base de menudencias como las de arriba, tanto Jean Améry (1978) como Primo Levi (1987) coincidieron en el Do de pecho final, pues ambos recurren, tantos años después, al suicidio. O eso parece, porque en el caso de Levi el asunto es opinable y confuso a fecha de hoy.

De vuelta al libro, hay quien con pocas palabras resume lo que otros nos intentan explicar, a veces sin conseguirlo, a lo largo de tratados kilométricos. En “Levantar la mano…” se recurre a una andanada de Heine, hasta facilona, pero clarita del todo: "El sueño es bueno, mejor es la muerte; sin embargo aún mejor sería no haber nacido". Jean Amery, cuyo cacao vivencial se extiende hasta la grafía de su nombre, que pasa sucesivamente por Hans/Hanns/Jean Mayer/Maier/Améry, salió del periplo Auschwitz muy tocado de cuerpo y, más aún, de espíritu. Se podría decir que totalmente perdido, víctima de los nazis y culpable por sobrevivir, subsistiendo como buenamente pudo hasta que se decidió por un suicidio que parece reconfortarlo en última instancia.

Hablando y hablando Primo Levi del perdón y la comprensión, resulta inevitable volver con Heinrich Heine, descreído y nadador contra corriente que tanto chocó con el idealismo y tremendismo teutones, y con alguna de sus micro andanadas que sintetizan en milímetros kilómetros de argumentos de otros: “Tengo la disposición más apacible que se pueda imaginar. Mis deseos son: una modesta choza, un techo de paja; pero buena cama, buena mesa, manteca y leche bien frescas, unas flores ante la ventana, algunos árboles hermosos ante la puerta, y si el buen Dios quiere hacerme completamente feliz, me concederá la alegría de ver colgados de estos árboles a unos seis o siete de mis enemigos. Con el corazón enternecido les perdonaré antes de su muerte todas las iniquidades que me hicieron sufrir en vida. Es cierto: se debe perdonar a los enemigos, pero no antes de su ejecución”. Tampoco se libra del embudo Heine su patria: “Cuando pienso en Alemania, si es de noche, pierdo el sueño”. Heinrich, en plan pesimista, acaba falleciendo en 1856 en Paris, asustado ante lo que creía que se venía encima: pangermanismo, idealismo vanidoso y populismo soez. Ojo clínico.

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